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TRATADO DE 1870

15.000 AFRICANOS ESPERAN BILLETE A CANARIAS EN LAS PLAYAS DE NUADIBÚ

PUBLICADO EN EL DIARIO ABC.ES


TEXTO: CRUZ MORCILLO
MADRID. El teniente Ovidio y sus hombres ya habían lidiado con olas implacables en el Estrecho; se habían dejado los brazos en rescates de inmigrantes a vida o muerte y conocían de sobra el cabeceo de una patrullera en alta mar. Pero el Estrecho no es Mauritania y la experiencia previa, valiosa, ha ido sumando grados en los tres meses que estos ocho guardias civiles llevan en Nuadibú, compartiendo cubierta, operación y francés con cuatro gendarmes mauritanos.
«El día a día no es sencillo. Hemos mejorado pero hubo sus dificultades, cuestiones como la hora de las comidas o de los rezos manteniendo el rumbo al Este», revive el responsable de la patrullera «Río Duero», enviada por el Gobierno español a esa zona mauritana a mediados de mayo para poner coto a la incensante salida de cayucos. Desde entonces han interceptado a más de 700 inmigrantes que habían enfilado hacia Canarias, una cifra que hay que restar a los abultados datos de llegadas de este año a las islas.
Con las actuaciones en la mano y los medios que cuentan se puede afirmar que estos guardias civiles llegaron, patrullaron y vencieron. «Hay amigos que te dicen, ¿pero qué estáis haciendo allí si no paran de llegar pateras?». Y es cierto. Pero también lo es el cambio de mentalidad y actuación que supone el paso dado por Mauritania -todas las personas detenidas por la patrullera son entregadas a las autoridades y ellas son las responsables de su repatriación- y las vías abiertas de cara a futuras operaciones.
Dieciocho mil euros
Las cifras que se manejan por parte de los agentes y el oficial de enlace no abren puertas de esperanza. A la pregunta de cuántas personas quieren salir del país, Manuel Ovidio Corredor asegura que prácticamente todo el mundo que no es mauritano. Contabiliza los casi 10.000 senegales que tienen poblado propio en Nuadibú, igual que los malienses (unos cinco mil) y otros tantos gambianos. Mientras aguardan su oportunidad, unos y otros se embarcan como pescadores y ahorran hasta que pueden pagarse el billete.
«Se unen treinta o cuarenta hombres, normalmente conocidos -alguno suele ser patrón-, compran el cayuco, los víveres, el agua, el motor, el combustible. En total supone unos 18.000 o 20.000 euros. Eso es todo lo que necesitan. Mientras sea así de fácil y continúe la disposición de miles de personas de abandonarlo todo por un sueño, el atajo policial será eso, una cortapisa, pero las rutas, las pateras y los cayucos seguirán», afirma sin atisbo de duda Ovidio, como le conoce todo el mundo. «Es un dique -dice- y el agua buscará otras salidas».
El teniente nos desgrana, a punto de salir a alta mar, fragmentos de una labor dura, emocional, profesionalmente inigualable y silenciosa en muchos casos. Nadie habla de cuántas muertes anónimas se pueden haber evitado con este control. Pero tanto el jefe como sus hombres tienen el corazón en dos mitades. Son policías y como tal tienen que actuar; y son hombres, iguales que esos a los que «creemos que estamos salvando pero en el fondo les estamos rompiendo sus sueños». Han vivido momentos duros en tres rescates, con oleaje de cinco metros y serio peligro de que la barcaza se fuera a pique. Uno está recogido en un vídeo doméstico que provoca escalofríos.
Les besaban las manos
Los supervivientes besaban las manos a sus rescatadores. Un desenlace bien distinto a esas ocasiones en las que «las miradas de odio -cuenta el teniente- te traspasan, después de que los detengas».
La tripulación de la «Río Duero» se compone a diario de cinco españoles y cuatro mauritanos que navegan unas 100 millas durante ocho o nueve horas. Les apoya un helicóptero también de la Guardia Civil. Para salvar de la muerte pueden surcar las aguas hasta Singapur si quieren, pero si de lo que se trata es de interceptar un cayuco el límite está en 24 millas. Tienen «horario» de noche casi toda la semana para coincidir con la salida de los cayucos a pescar, entre los que se camuflan los de «sin papeles». Para detectarlos cuentan con el sistema clásico, el radar y con una cámara térmica de infrarrojos -registra el calor de los cuerpos- que se encarga de la primera criba. «Si en una embarcación van tres o cuatro personas son pescadores seguro, a partir de diez puede haber dudas por lo que nos acercamos para ver cuánta gasolina llevan, si hay artes a bordo, víveres... y en tal caso los devolvemos».
Hasta ahora han cumplido. Suena a halago y lo es, aunque lo respaldan los datos. La «Río Duero» tiene que regresar a Canarias cada vez que el motor ha navegado 150 horas para las revisiones. En los días que los agentes dejan el puesto, como ocurrió la semana pasada, los cayucos que llegan a Canarias crecen como setas. A los dos días de regresar a Nuadibú, Ovidio y su gente apresaron cuatro embarcaciones.

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